4.4.- UN NOVELISTA ATRAVIESA EL SIGLO: MIGUEL DELIBES.


UN NOVELISTA ATRAVIESA EL SIGLO: MIGUEL DELIBES. LA VISIÓN CRÍTICA DE LA REALIDAD. EL ESPACIO RURAL Y OTROS ESPACIOS. EL ESTILO. LA EVOLUCIÓN NOVELÍSTICA (desde La sombra del ciprés es alargada hasta El hereje).   [(ver tema 4.1: la novela de posguerra: las novelas inaugurales de los años 40  (Cela, Carmen Laforet y Delibes)]

Miguel Delibes nació en Valladolid, 1920. Catedrático de Derecho Mercantil y periodista, fue también un estupendo dibujante; pero su gran pasión fue la caza y la naturaleza; ambas aparecen en muchas de sus novelas y es el tema del alegato ecologista La tierra prometida. ¿Que mundo heredarán nuestros hijos”, escrito en 2005 conjuntamente con su hijo (Ver DELIBES, Tema 4.1)
Delibes es un observador de la realidad circunstante, un testigo -intérprete- de su tiempo, un moralista desencantado y entristecido que quisiera un mundo mejor y más humano. El mundo suyo, el imaginario, construido con amor a la palabra, con historias penosas y cálidas, con un sentimiento de la naturaleza entre amargo, exultante y poético, vale como obra de arte que recrea en un gran mosaico los modos de vida y la mentalidad de una extensa parcela de la centuria pasada. 


Desarrolla una perspectiva analítica de la realidad y la presenta mediante tipos solitarios y desvalidos, entre quienes no faltan seres entrañables, situados en un marco social duro, frustrante. En conjunto, esos libros hablan de una voluntad de hallar un sentido al absurdo de la existencia y confiesan una desesperanza antropológica. 
 Sus escritos están llenos de noticias que documentan la pobreza, la marginación social, los modos de vida elementales, el deterioro material del campo, la emigración obligada, el desaliento de las personas, la ruindad moral del labriego, la anodina existencia provinciana, el egoísmo de la gente de la ciudad.. Lo que pasa es que ese testimonio está amortiguado por el amor del autor a su tierra y por una ternura frecuente.

La primera novela qjue publica es "La sombra del ciprés es alargada", que obtuvo el Premio Nadal en 1947
 
El camino
Cinco horas con Mario
Los santos inocentes
 
 
 
 
La andadura narrativa de Miguel Delibes ha recorrido, en la segunda mitad del siglo xx, el arco trazado por la novelística española, y que descansa sobre aquellos tres famosos ingredientes inexcusables para su novela: «un Hombre, un Paisaje y una Pasión».
Las novelas de Delibes desarrollan un conflicto de un ser humano en un marco geográfico preciso. Acotaremos un poco esos ingredientes mencionados antes. Un hombre, o, mejor, mujeres y hombres, castellanos, labriegos, clase media de la ciudad, contemporáneos, menos alguna salvedad, sobre todo los protestantes renacentistas de El hereje. Un paisaje por excelencia, el de Castilla, tanto la rural como la urbana. Contadas veces se ha salido de ese escenario, y ello por motivos excepcionales y obligados: porque el bedel Lorenzo emigre a Chile o porque el primitivismo medieval de Los santos inocentes se entienda mejor en la raya de Portugal. En fin, una Pasión, y, a rastras o alrededor de ella, un reducido número de conflictos que al cabo del tiempo se han concentrado en un puñado no muy amplio de motivos. El propio autor ha advertido en su obra estos cuatro asuntos principales: «muerte, infancia, naturaleza y prójimo»; a tales preocupaciones habría que añadir algunas cuestiones recurrentes: la fe, el catolicismo, el amor, la búsqueda de un destino, la mentalidad burguesa.
 No hay duda de que para Delibes la Naturaleza es un valor capital de la vida, pero la idealización rural, no implica ni evasión ni conformismo absolutos. Para desmentir un presunto escapismo basta con recordar que Delibes da pruebas abundantes a lo largo del medio siglo de su talante liberal, de su cristianismo progresista, de su rechazo del autoritarismo político vigente, de su lucha a favor de la libertad y contra la censura, de su compromiso con la deteriorada situación económica y social de Castilla.
 Su inquietud por la cultura del “campo” no puede disociarse de la preocupación castellanista. Naturaleza y Castilla se funden en una única realidad que planea a lo largo y ancho de toda la obra de nuestro autor. Casi ninguno de sus escritos se explica sin un trasfondo castellano, mucho más que un decorado y que en ocasiones salta hasta la propia tapa del libro, debajo de la cual tenemos desde un casi reportaje (Castilla habla) hasta una novelización más o menos fuerte (Viejas historias de Castilla la Vieja).  La Castilla de Delibes brota como una pura constatación de una realidad empobrecida y de un paisaje esquilmado por donde circulan unas gentes de duro presente e incierto futuro. 

Viejas historias de Castilla la vieja
Castilla habla
 
 
 Llegados aquí, resulta inevitable anotar el otro rasgo común a toda la obra delibesiana, su recreación y su actitud de recuperación de un castellano rico, exacto, coloquial y jugoso. También muy sobrio, aunque a veces se le note una amorosa complacencia en el decir: «sobre una base de fino césped, un tapiz floral inusitado: chiribitas, ardiviejas, cantuesos, lenguas de buey, ¡hasta amapolas!». La palabra nombra el mundo y lo recrea.
 Pero es una palabra de una limpieza y sencillez muy expresivas, contraria a ese constante capital de nuestras letras, el barroquismo. Se trata de una lengua enraizada en el depósito común popular que el escritor rescata sin propósitos arqueológicos ni pruritos casticistas. El ideal estilístico de la plenitud de Delibes se halla en una naturalidad sin afectación que  tiene como meta designar la realidad con el término riguroso que la distingue.
 Su lengua literaria busca la sencillez y la claridad en un relato bien contado, y lo hace con un vocabulario muy rico en el que encontramos las palabras propias de los ámbitos, rurales o ciudadanos; también aparecen los distintos registros del lenguaje, desde el culto al coloquial, familiar e incluso vulgar y fragmentario de los personajes analfabetos o deficientes.

Caracterizan siempre a Delibes unas excepcionales dotes de narrador, una insuperable capacidad para reflejar tipos y ambientes, y un seguro dominio del idioma, lo que le permite acer­tar, con difícil facilidad, en los más variados registros, sobre todo en la autenticidad del habla popular.

Miguel Delibes ha afirmado, una y otra vez, al correr de los años, su condición de novelista de personajes, de afanoso forjador de «tipos vivos» de cuyo aliento vital —su pasión, su paisaje— se informa la historia, y surgen los modos y maneras de un discurso narrativo sometido a la alta jerarquía artística del personaje.
 La tarea del novelista, en boca de Delibes,  no es otra que la de «descifrar al hombre» a través de la palabra, ahondando en su verdad esencial para acertar «con su última diferencia», y de que sólo «viviendo a su lado», estando cerca del hombre, siendo con él se hace posible esa labor de íntimo desentrañamiento con que el escritor aspira a ofrecer una visión «del mundo todo, de la vida toda».
 La evolución novelística de Delibes comienza con La sombra del ciprés es alargada (1948), una novela confesional, donde presenta el angustioso sentimiento de la muerte que aflige a un muchacho. A ritmo regular se encadenan en un decenio nuevos títulos que se inclinan, primero, hacia un fuerte subjetivismo, y se decantan, después, por una mirada más objetivista o distanciada de la realidad, siempre ese mundo castellano tan suyo. Por eso han distinguido dos fases en esa etapa inicial en la que se suceden Aún es de día (1949), Mi idolatrado hijo Sisí (1953), Diario de un cazador (1955), Diario de un emigrante (1958) y La hoja roja (1959). Hay cierta desesperanza antropológica en estas dos novelas: “El camino” (1950) y en “Las ratas” (1962).

Mi idolatrado hijo Sisí
Diario de un cazador
Diario de un emigrante
 
 
 



La hoja roja
El camino
Las ratas
 
 
 
  
 Mediados los sesenta, nos encontramos en una segunda fase de la trayectoria del escritor. Ahora, la literatura se formula con una voluntad social clara y expresa. Esto sucede en Cinco horas con Mario (1966), uno de los testimonios más contundentes de nuestras letras contra el conservadurismo de las clases medias crecidas en el humus del nacionalcatolicismo.
 La denuncia del despotismo del poder y de la alienación contemporánea las lleva a cabo en la kafkiana  Parábola del náufrago (1969) mediante extremadas técnicas vanguardistas que juegan incluso con los signos de puntuación.  Y, sobre todo, Delibes muestra cómo la tensión creadora, estilística y constructiva constituyen para él una exigencia en Los santos inocentes (1981). Aquí el testimonio, un implacable drama rural que contrapone señores feudales y siervos, opresores y oprimidos, alcanza una cumbre de emocionante y conmovedora grandeza.
 Estas construcciones de mayor énfasis innovador resultan, para ser justos, piezas un algo solitarias en un amplio retablo narrativo de configuración tradicional. Este retablo incluye también bastantes cuentos (género que cultiva con el acierto sobresaliente de, por ejemplo, La mortajay se ensancha con la periódica salida de nuevos títulos: El príncipe destronado (1973), Las guerras de nuestros antepasados (1975), El disputado voto del señor Cayo (1978), Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983) o El tesoro (1985). Por lo demás, las novelas de este bloque insisten en sus ya sabidos temas: el mundo de la primera infancia, la violencia y la integración social, el desolado abandono de los pueblos, la des culturización, la codicia, la pérdida de las raíces, las precarias relaciones sociales, la soledad, la vida como búsqueda de un camino de rumbo siempre insatisfactorio...

La mortaja
El príncipe destronado
Las guerras de nuestros antepasados
 
 
 
 
El disputado voto.. Cartas de amor de.. El tesoro
 
 


 A finales de los ochenta, Delibes aborda, por fin, un asunto inevitable en los autores de su generación, la guerra civil, en la cual luchó al lado de los sublevados (377A, madera de héroe (1987)). Y ese partir de las propias experiencias marca no poca de la prosa delibesana posterior. Los noventa se abren con una elegía por la esposa muerta, Señora de rojo sobre fondo gris (1991)


377A, madera de héroe
Señora de rojo sobre fondo gris
El hereje
 

 
  En El último coto (1992) o He dicho (1996) asume Delibes un aire terminal, y trasmite la impresión de un mundo declinante, que se acaba. Tanto los temas como la actitud de estos escritos enlazan con esa inquietud por la Naturaleza Da fe Delibes de la destrucción del campo, que ejemplifica real y simbólicamente con la desaparición de una de las aves emblemáticas de Castilla, la perdiz patirroja. La explotación salvaje de los recursos naturales y el monetarismo están produciendo un deterioro irreversible.
En 1998 publicó una vasta novela histórica, El hereje, profusamente documentada y ambientada en el Valladolid del siglo XVI. Esta novela, de medio millar de páginas, responde a las constantes del autor: un hombre, Cipriano Salcedo; una pasión, la de ajustar sus principios a su conducta; y un paisaje, el de Valladolid del Quinientos, cerrado y dogmático.
Como conclusión, resumimos los distintos caminos por los que ha ido transcurriendo la obra de Delibes, este novelista que atravesó el siglo (1920-2010):
I) La novela existencial de los años cuarenta en “La sombra del ciprés es alargada”, premio Nadal 1947.
II) El realismo crítico de los años cincuenta con “El camino” (1950) y el espeluznante cuadro de miseria de “Las ratas” (1962).
III) La experimentación formal de los años sesenta y setenta en “Cinco horas con Mario” (1966), y la tremenda crítica al caciquismo de “Los santos inocentes” (1981).
IV) Una magnífica incursión en la novela histórica con su obra “El hereje” (1998).
V)  La estrecha relación entre vida y literatura en sus últimas obras (Señora de rojo sobre fondo gris, 1991, en la que podemos percibir claramente la imagen de su esposa muerta en 1974).
Y no olvidamos el alegato ecologista, que escribió conjuntamente con su hijo Miguel Delibes de Castro, en 2005 La tierra prometida. ¿Que mundo heredarán nuestros hijos”.