EL MALDITO EDIFICIO
Lucas vivía en un pequeño pueblo cerca de Madrid, conocido por el famoso psiquiátrico con muchos años de antigüedad. El bloque en el que vivía era viejo. Las paredes estaban desconchadas y los fluorescentes no paraban de parpadear. El ascensor raras veces iba; por suerte, Lucas era joven y estaba en forma; aun así, vivía en el penúltimo piso, el 6º.
El edificio no estaba completamente habitado: sólo el 2ºA, en el que vivía una anciana; el 3ºA, en el que vivían los Gutiérrez, un matrimonio cuarentón; el 3ºB, donde habitaba una pareja bastantes extraña; el 5ºA, ocupado por un viejo viudo que escribía cuentos de terror; el 5ºB, en el que pocas veces se dejaba ver la joven drogadicta y, por último, el 6ºA, que era el que habitaba Lucas.
Eran las cuatro de la tarde. Lucas leía un libro a la vez que devoraba una galleta con pepitas de chocolate que esa misma mañana había comprado. Poco a poco, se le iban cerrando los ojos. Lucas se había dormido sin apenas darse cuenta.
Ya eran las ocho y media. Las horas habían pasado como si de pocos minutos se tratara. Una ráfaga de aire fresco golpeó contra su cara. Rápidamente, despertó. Miró por todo su alrededor, pero no vio nada raro. Encendió la tele, pero un apagón dejó a oscuras todo el bloque. De repente, empezaron a oírse chillidos por todo el edificio. Los habitantes salieron corriendo de sus casas y se reunieron para ir a ver el problema. El viejo escritor fue el último en salir y comentó que todos tenían que volver a sus casas y cerrarse lo antes posible: había desaparecido un loco del manicomio. Así pues, en todo el bloque comenzaron a sonar los portazos de las puertas y las llaves dando vueltas a los cerrojos.
Un pequeño escalofrío recorrió todo el cuerpo de Lucas. No tenía velas en casa; aun así, prefirió quedarse solo y tumbarse en su cama. Fuertes pasos empezaron a sonar en el tercer piso. Lucas no aguantó más, quería ver todo cuanto pudiese. Por suerte, Lucas no se había cerrado con cerrojo; así, le fue fácil no hacer ni el mínimo ruido. Primero miró por la mirilla: no había nadie o, al menos, él no vio nada. Empujó hacia la derecha el pomo de la puerta, sacó su cabeza y después su pie izquierdo, a continuación su pie derecho. Ajustó la puerta. Poco a poco fue bajando las escaleras, ayudándose de la barandilla. Un insignificante ruído le podía costar la vida. Nada nuevo. La puerta de los Gutiérrez estaba abierta. Sigilosamente entró, sus piernas temblaban. Cada vez se arrepentía más de lo que estaba haciendo, pero aún más de haberse comprado un piso en ese maldito edificio. Lucas bajó la mirada, pequeñas gotas de sangre pintaban de un rojo vivo el parquet del piso del matrimonio. De repente, alzó la mirada. Los Gutiérrez colgaban de unos oxidados ganchos y, lo que era peor, aún estaban vivos. Lucas estubo a punto de desmayarse, pero no, tan solo derramó unas pocas lágrimas. Volvió a mirar a la mujer, sus ojos le intentaban decir algo que él no podía captar. Hizo grandes esfuerzos por entender lo que le intentaba decir, pero ya era demasiado tarde, el desconocido apareció por detrás e intentó asfixiarlo, pero no lo logró, ya que Lucas se había llevado consigo un cuchillo; así pues, con toda la rabia contenida, se lo clavó en la pierna y huyó. No podía ir muy lejos, tarde o temprano sabía que lo encontrarían, pero lo primero que se le ocurrió fue ir a ver al portero. Éste yacía sobre el suelo con una plateada pluma clavada en el ojo y un gran corte en las venas. Estoy atrapado, eso es lo que pensó Lucas. Buscó las llaves de todos los pisos, pero no estaban por ningún lado, tampoco estaban en los bolsillos del portero. Se escondió debajo del escritotrio. Sacó el móvil y probó a llamar a la policía. No había cobertura. Empezaron a oírse pasos de alguien que cojeaba; evidentemente, suponía que era a quien le había clavado el cuchillo. Los pasos se detuvieron muy cerca de él; por suerte, no llegó a ver, los pasos se alejaron. Volvió a sacar el móvil.Una raya de cobertura aparecía y desaparecía al unísono. Marcó el número y un agente de policía contestó. Lucas brevemente dijo que un psicópata se encaontraba entre ellos, que allí estaba el loco que se había escapado del manicomio, se pudo oír clarramente una carcajada por parte del agente. La conexión se cortó. Las luces volvieron. Repentinamente, la puerta principal ya estaba abierta. Todo lo que había sucedido era muy extraño. Lucas pensó que, por fin, el loco ya se había largado, así que salió de su escondite y subió las escaleras. Todo el vecindario, excepto el viejo del 5ºA (que aún seguía en casa sin querer salir), estaba reunido en el 3ºA observando la desgracia. El matrimonio ya estaba muerto.
Llegó el día más deseado por Lucas, se iba a vivir con sus padres, lejos de todas esas malditas historias en las que casi pierde la vida. Prefirió no despedirse de nadie, ya que, con ninguno de los vecinos, mantenía ninguna rrelación parecida a la amistad. Cuando ya estaba a punto de entrar en el coche con sus maletas, miró hacia atrás. En la puerta principal se encantraba el viejo escritor, con una venda en el musloo manchada de sangre. El viudo esbozó una pequeña sonrisa, Lucas cerró la puerta del coche y obligó al conductor a que arrancará cuanto antes. Durante el viaje, Lucas pensó que las piezas del rompecabezas empezaban a encajar totalmente.
El viejo siempre había escrito libros de terror, hasta el extremo de vivirlos tanto que llegó a cumplirlos. Primero mató a su esposa, y luego al llegar allí, quiso matarlos a todos uno a uno, aprovechando un forzoso apagón, y diciendo que un loco se había escapdo del psiquiátrico. Lo primero que hizo fue matar al portero con lo que llevaba, en este caso una pluma que le clavó en el ojo, y luego le quitó las llaves para poder abrir todas las puertas. Empezó por el matrimonio. Eran gente de lo más normal, por lo que eran una presa fácil. Por último, al ver que Lucas podía descubrirlo, pensó que lo mejor era que volviese la luz y hacer como si no hubiese pasado nada
EVA ALARCÓN CRUZ