LA CASA DEL BOSQUE
Vacía y solitaria. Vacía y solitaria, así estaba la casa del bosque Tras una inmensa espesa capa verde oscura, y entre troncos y ramas caídas, se encontraba ella. Hacía años que nadie pasaba por allí, pues las leyendas sobre la casa podían con el carácter y alma de hasta la persona más valiente. Sus espeluznantes historias recorrían de parte a parte el cuerpo hasta llegar a la nuca, donde hacían que se erizara todo el vello. Estaba en casa mirándome frente al espejo que hay nada más entrar. Tenía unas enormes ojeras bajo mis ojos, de un tono grisáceo desde hacía varias noches. Era época de exámenes y la mayoría de las horas, las pasaba estudiando.
Miré el reloj, la una y media de la madrugada, hacía rato que había cenado y estaba sentada encima de la cama. Normalmente, estaría ya durmiendo o, como en la última semana, estaría estudiando, pero no, miraba fijamente al techo como un mar negro ante mí, y la conciencia muy poco tranquila, por algo que llevaba varios días rondándome la cabeza y ocupando cada uno, cada vez con mayor intensidad, de mis pensamientos. Sabía que había algo en mí que no estaba tranquilo, tenía algo que no me dejaba descansar y eso me preocupaba.
A la mañana siguiente, al levantarme fui directa al baño a tomar una ducha, necesitaba despejarme, me faltaban horas de sueño y mi cuerpo no respondía a mis impulsos. La ducha me sentó bien. Salí de casa con todos los libros y me fui para clase. Pasillos llenos de gente, voces altas, todo molestaba en mi cabeza, los gritos de los alumnos, los profesores con sus diversos argumentos, el ruido de la tiza sobre la pizarra, la aguja del reloj de mí compañero. Cada vez eran sonidos más débiles los que se colaban en mi cabeza y producían ese gran malestar. Salí antes de lo habitual de clase, hablé con el profesor y le dije que no me encontraba bien, necesitaba marcharme a casa. Atravesé la puerta del instituto y una suave brisa acarició mi cara, eso era lo que necesitaba; aire, sensación de libertad y bienestar. Con esa armonía decidí no ir hacia casa tan pronto y dar un breve paseo por el parque cercano. Crucé la carretera y vi a lo lejos el sol escondido entre la verde espesura; la verdad es que daban ganas de pasear por los senderos entre aquella naturaleza viva que predominaba. No creía que algo tan maravilloso tuviera esas horribles y terroríficas historias que hacían que la gente se alejara de aquel lugar.
La primera historia que escuché sobre el caso fue en casa de mi abuela, la noche de Todos Los Santos. Sentados alrededor de la butaca marrón del comedor, rodeando a mi abuela, esperábamos todos los nietos impacientes sus habituales cuentos y relatos que impedían que durmieras esa noche, y tal vez, como hizo esta, las siguientes, y siguientes, hasta que la historia fue comiéndome poco a poco. Así empezó mi abuela: - Todo comenzó el día de Todos Los Santos del año 1956. La gente en sus casas, la preparaba con ánimo y pasaban toda la semana anterior preparando ramos y ramilletes, y flores y rosas,y todo lo necesario para ir a visitar las lápidas de sus seres queridos. Esa misma tarde llegó al pueblo una familia de la ciudad vecina. Venían a vivir una temporada, porque, según contaban en su ciudad se había perdido el juicio y era todo un total caos. Muy pronto los vecinos hicieron buenas migas con ellos. Con su ayuda y la de gran parte del pueblo les construyeron una bonita casa en el medio del bosque. La familia estaba más que feliz, era una alegría ver que en poco tiempo habían conseguido tanto.
Vivían en la hermosa casa, con grandes ventanales de madera, un tejado reluciente y sobre él, una chimenea que en los días más fríos de invierno, desprendía largas nubes de humo que se perdían en el oscuro cielo de la noche. Los niños, de siete y once años, jugaban en los alrededores del bosque; la madre trabajaba en casa todo el día y atendía a los niños, y el padre trabajaba de leñador al otro lado del pueblo.
Pasaron unos días y la gente no supo nada de la familia. Todos estaban muy extrañados, y tres días sin ser vistos era algo preocupante. Decidieron ir a la casa y ver qué era lo que había ocurrido. Entraron, la puerta estaba medio abierta. Atravesaron el largo y oscuro pasillo que conducía a la habitación de los niños y allí estaban, como nadie se los hubiera querido encontrar, como nadie se los hubiera esperado encontrar y como nadie hubiera deseado que se encontraran de esa manera, tumbados en el suelo, con un pequeño pero profundo corte en la frente, yaciendo sobre un mar rojo oscuro. El olor era nauseabundo y la imagen espantosa, de modo que todos los vecinos salieron corriendo de ahí pidiendo auxilio. En el pueblo la ayuda no era muy grande, así que algunos hombres, a caballo fueron a avisar a la ciudad vecina de lo ocurrido, porque al ser la familia de allí creyeron que debían saberlo. Pero, cual fue su sorpresa, cuando al llega, y comunicar lo ocurrido, les dijeron que la familia había fallecido hacía cinco años en esa misma ciudad. Los hombres se quedaron de piedra, no podía ser posible. De modo que, ¿todo lo que habían visto, olido, lo que les había asustado, no era más que una mentira? No, no podía ser, rotundamente no. No podía ser una locura, todo el pueblo había visto lo ocurrido. Al llegar a sus casas se lo comunicaron al resto de la gente y volvieron a adentrarse en el bosque. Atravesaron de nuevo el pasillo, haciendo crujir las maderas del suelo en cada paso tímido e inseguro que daban hasta cruzarlo y entrar en la habitación y ver nada, nada, exacto. Ahora sí que todo era una gran locura, no había nadie yaciendo en el suelo, nadie desangrándose, nadie vaciando su vida sobre aquella alfombra roja. Asustados y con un pánico inquietante, salieron los vecinos de la casa, huyendo del bosque sin volver nunca más a adentrarse en él, ni siquiera a hablar del tema. Estaba ya todo olvidado. Pero cada noche de Todos Los Santos, alguien cercano al bosque desaparecía, aumentando en cada uno de los corazones de los habitantes el terror...
El relato de mi abuela finalizó así. Quería un final, algo sólido, pero mi abuela dijo que con eso ya teníamos suficiente, quería que durmiésemos tranquilos. Mis primos estaban asustados, pero yo sabía que aquella historia no era para nada más que para dejarnos una huella en la noche de Todos Los Santos. Nos acostamos, pese a que tenía bastante sueño, y los párpados se me iban cerrando lentamente, no conseguía conciliar el sueño. Desde entonces, cada vez que paso por delante del bosque, me acuerdo de aquella noche, que si la historia hubiera sido del todo falsa, mis pensamientos dejarían de presionar las paredes de mi cabeza, con rotundos golpes y me dejarían en paz. Decidí sumergirme en el mar verde y ver con mis propios ojos lo que aquellas gentes del año 1956 habían visto. El sol se colaba entre las ramas y jirones espumosos de los árboles hasta atravesarlos y llegar finalmente al duro suelo. Seguí caminando un buen rato, hasta que a lo lejos divisé una vieja y pequeña casa. Me acerqué a ella pensando que tal vez fuese la protagonista de la historia de mi abuela. Ya estaba allí, frente a ella, unos ventanales de madera corroídos por la humedad y el tiempo, un tejado roto, en ruinas y los restos de lo que debía de haber sido una chimenea. Ahora ya no salía humo por ella.
Con valor entré en la casa. Cruzaba el pasillo lentamente, desconfiando de mi misma, girándome de delante hacia atrás constantemente, escuchando el crujir de la madera con mis pasos, como con los pasos de los vecinos que una vez atravesaron ese mismo pasillo, con el mismo miedo, con la misma inquietud, con que lo estaba haciendo yo ahora. Llegué a la habitación de los niños, no había nadie. Dos camas rotas y desgastadas por el paso del tiempo y del olvido sobre ellas, una ventana con el cristal roto y restos personales sobre el suelo. Estaba todo en silencio, el miedo lo había dejado a un lado y la curiosidad me podía más, iba recorriendo poco a poco e inseguramente todos los rincones de la casa, oía a mi propia sombra seguirme, el aire vacío tras de mí, cuando de repente escuché un lamento, un gemido procedente de la habitación de los niños. Me quedé paralizada, el miedo se había vuelto a apoderar de mí, no podía reaccionar, mi cabeza pensaba: “corre, escapa”, pero mis piernas aún no respondían. Otra vez, el lamento sonó pero con más intensidad. Con un ahogo en mi garganta y el valor inesperado que encontré en un rincón de mi cuerpo me dirigí hacia la habitación. No había nadie. Definitivamente mi imaginación me había jugado una mala pasada, pero estaba tan segura de haber escuchado ese lamento... Decidí marchar.Había oscurecido y atravesaba deprisa el bosque para llegar a casa y no pensar más en el tema. Seguramente mis padres debían de estar preguntándose dónde había estado, es más debían de estar muy preocupados, en el caso de que el profesor hubiera llamado a casa y les hubiera preguntado por mí. De todas maneras debería haber llegado, así que apresuré más mi paso. Pensando que les iba a decir a mis padres como excusa, escuchando cómo sonaba lo que diría en mi cabeza, algo atravesó mis pensamientos con una enorme fuerza; el lamento. Ahora sí, estaba totalmente segura que ese lamento no sólo era producto de mi imaginación, sabía que realmente había ocurrido en la casa y decidí volver al día siguiente.
Mis padres estaban frente al espejo de la entrada esperándome con el nerviosismo que todos tenemos en esoso momentos, pero intentando, a la vez, poner cara de enfado, que era lo que realmente sentían en esos momentos. Lo que vino a continuación fue una avalancha de preguntas, sin darme tiempo a dar una sola respuesta. Así que, sin hacer caso de lo que gritaban desde la entrada, y en lugar de ir hacia el comedor, que era a donde yo me dirigía, cambié de dirección y me fui a mi cuarto. Me puse el pijama y me tumbé en la cama. Apagué la luz, estaba demasiado cansada como para pensar en todo lo que había hecho y poco a poco me dormí. Recuerdo perfectamente el sueño que tuve, estaba en medio de la oscuridad, y unas bocas se me acercaban y susurraban en mi oído um y otra vez el aterrador lamento. Cada vez más fuerte, cada vez más cerca y mi cabeza llegaba a tal punto que estallaba de dolor y de pánico. Al despertarme, tenía la cara pálida, y un sudor frío resbalaba por mi frente. Ese lamento era demasiado, se me había metido dentro y no conseguía sacármelo de la cabeza. Fuera lo que fuese, debía ir a la casa del bosque a averiguar qué era lo que había desprendido ese lamento que llevaba persiguiéndome todo un día. Esa mañana no fui a clase. Salí a la hora normal de casa, y, cambiando mi rumbo, me dirigí hacia el bosque. De nuevo entré en la casa, esta vez me daba igua lo que hubiese, sólo quería saber qué era. Claro estaba que conocía el pasillo, pero todavía era más oscuro y estrecho que el día anterior. Mis pasos se iban acercando a la habitación, aunque andaba lentamente, el crujido sonaba más fuerte aún. Asomé la cabeza en la habitación, pero, de repente, algo me tocó la espalda. Me giré, el miedo estaba en mis ojos, no quería saber lo que era, o sí, tal vez, estaba demasiado nerviosa. Miré mi hombro, solamente era un trozo de techo que se había desprendido, solamente eso, no tenía por qué preocuparme. Pero al girar la cabeza hacia la habitación, allí estaban ellos, como nadie se los hubiera querido encontrar, como nadie se los hubiera esperado encontrar y como nadie hubiera deseado encontrarlos. Tumbados en el suelo, con un pequeño pero profundo corte en la frente, yaciendo sobre un mar rojo oscuro. Corrí, pero fue en vano, sentía como una telaraña gigante agarrándose a mí, sin dejarme escapar, espesa, como el bosque, como mis pensamientos durante los últimos días, como mi vida, como todo…tal vez me desmayé, quizás, pero no estoy totalmente segura; si hice eso, nunca más me volví a despertar; porque ahora no sé donde estoy, ni si estoy viva, sólo se que soy un lamento más de los que destruyeron mi cabeza…
ESTHER CASAS DUESO