FARID Y EL MARID (Mohamed Bakkali)

FARID Y EL MARID



En los países árabes, concretamente en el norte de África, son muy supersticiosos. Creen en los seres diabólicos, es decir, diablos que toman forma humana, diablos que toman forma animal o también gente poseída por demonios. Los demonios normalmente viven en sitios alejados de las grandes conglomeraciones humanas, en lugares deshabitados. Viven en lugares donde hay agua y suciedad: tuberías, cuartos de baño… también viven dentro de los corazones humanos, donde permanecen allí, hasta que al humano lo vence la locura y se convierte en una marioneta, un vehículo para el poseedor y un medio para moverse entre la sociedad sin ser advertido. Los seres diabólicos se dividen en muchas clases,a la cual más peligrosa y retorcida. Se puede decir que el primero de la lista es Satanás, que es ése que habita en nuestro cuerpo sin enterarnos y que nos guía hacia el mal. También hay ginns: éstos ya tienen forma física y habitan en las regiones más deshabitadas del planeta. También están los efrits, que merodean por nuestras casas, precisamente en las zonas donde hay suciedad y agua estancada: el cuarto de baño. Los marids son los que sirven a la magia negra; a los brujos. Los brujos, para saber cosas que no han pasado aún o que están sucediendo fuera del alcance de sus sentidos, emplean marids para que les informen de lo que ocurre en ese momento dado. Esta es una breve explicación del mundo paralelo al nuestro, es decir, el de los seres diabólicos.


La historia que os voy a narrar se desarrolla en la famosísima ciudad de Casablanca, en Marruecos. En esta ciudad moderna y monótona, se desarrolla la desgracia del joven Farid. Farid es un joven que sigue las tendencias del momento. Un chico moderno que quiere disfrutar de la vida al máximo, con futuro, pero no sabe que en su ciudad, en su barrio, en su calle, hay alguien que por motivos desconocidos quiere hacer imposible la vida de Farid. Este individuo que se hace llamar Abdul, quiere convertir la vida de Farid en un suplicio. Éste desconoce por completo a Abdul.


Son las cuatro de la mañana, a mediados del mes de noviembre. Suena el despertador de Abdul. Tiene previsto ir a la ciudad antigua de Casablanca. Coge unos cuantos dírhams (divisa marroquí, equivalente a diez céntimos de euro) de la mesita de noche que le van a servir para desplazarse en metro hasta la parada de taxis. Coge uno para ir hasta la puerta de la casa donde iba a tener lugar el encuentro. Abdul se da cuenta de que el cielo está nublado, de un color plomizo, porque el cielo no está estrellado. Hace frío, una pequeña ráfaga de viento helado suspende en el aire, durante unos segundos, las hojas secas de otoño. Tiene miedo, nunca había hecho una cosa semejante a la que iba a hacer en los siguientes instantes. Tiene miedo de lo que le espera en esa siniestra casa desconchada por el paso del tiempo, a punto de derrumbarse. Golpea la puerta con los nudillos de su temblorosa mano. Al golpearla, siente que nunca debía haber cogido el taxi hasta allí, y que nunca debía haberse levantado aquel día, pero algo le decía en su mente que siguiera con lo que había empezado, ese algo era Satanás. Rápidamente, descarta ese pensamiento. Haría todo lo posible por hacer la vida imposible a Farid. Sería puro placer, ver como farid iba a ser presa de la desgracia y la locura. Abren la puerta. El que le abre la puerta es un hombre bastante viejo, con una barba de color rojo, rojo diabólico. Abdul mira a los ojos del anciano, en ellos ve una maldad y una frialdad inescrutables, que le dan escalofríos. El brujo hace entrar al joven, haciéndole una seña con una mano que era completamente negra, negra como la noche, como la oscuridad, como las cenizas de los muertos. Al entrar lo recibe una atmósfera viciada. Al avanzar por el pasillo, los envuelve un silencio sepulcral. La casa es oscura como la boca de un lobo. Abdul sigue al brujo como puede a través de la oscuridad. Paso a paso, recorren la casa, que parece un cementerio tapiado, en el que se oye la respiración entrecortada de Abdul, al no poder respirar bien en un ambiente a olor a cerrado y a azufre. Abdul nota que van escaleras abajo. El ritual de nigromancia se va a celebrar en las profundidades de la ciudad de Casablanca.


Farid, en ese mismo instante, se halla dormido, pero cuando llega a la cúspide del sueño, algo le despierta, no sabe qué es lo que le ha ocurrido, tal vez haya ocurrido en su imaginación, o tal vez no. Tal vez haya sido algo corpóreo e incorpóreo a la vez. Para asegurarse de que todo discurre de forma normal, se levanta del lecho y sin encender las luces, va recorriendo lentamente toda la casa, todas las estancias. En una habitación ve como la luz de la luna entra a raudales por los ventanales, como si se tratase de alguien que vigilase la cuidad de Casablanca, vigilante de la vida nocturna que se desarrolla en la cuidad. Farid se asoma a la ventana y, sin quererlo, sus pupilas se posan en algo que le deja intranquilo. Lo que ve es una sombra voluptuosa muy oscura, en la que se puede distinguir unos ojos rasgados y de color rojizo, diabólico. Al posarse los ojos de ese ser en los de Farid, éste siente un pánico indescriptible, un desasosiego y una soledad inmensos. Sin darse cuenta, se encuentra a sí mismo corriendo por los pasillos de la casa y entrando inconscientemente en el cuarto de baño, un lugar donde nunca tenía que haber entrado, nunca. Se moja la cara con agua fría. Se mira al espejo y se queda petrificado por el horror que siente en ese instante. Un miedo sobrenatural sobrecoge todo su ser. Al otro lado del espejo ve una masa deforme con ojos rojos, diabólicos, que le ven a través del espejo. Inmediatamente, el ser entra en contacto con Farid. El ser, que era un marid, entra en el corazón de éste para vivir ahí durante el resto de sus días. Farid se ve consumido por la locura. En algunos momentos se comporta como el Farid de siempre, alegre y moderno. Pero a veces se transforma por completo: pierde su voz original y se convierte en una voz de ultratumba. ¿Y sus ojos? Sus ojos se convertían en ascuas, ascuas que traspasaban todo, completamente todo.


Abdul, ve el cambio que sufre Farid, recibe el cambio como una bendición. Se rió durante días y noches enteros de puro regocijo y satisfacción. Consigue lo que quiere, lo hace de una forma que le ha resultado muy fácil. Los días van pasando y las noches de éstos se van convirtiendo poco a poco en infiernos para Abdul. Pronto, solo el simple recuerdo de lo que ha hecho le produce una sensación de angustia y pesar. Pronto se arrepiente de lo que ha hecho.


Quien decide hacer de este camino la solución de sus problemas, está muy equivocado, equivocadísimo. Esto es lo que le sucedió a Abdul, después de convertir la existencia de Farid por medio de la nigromancia en un martirio para éste. Quien decide relacionarse con entes, con brujos, con todo el mundo de la magia negra, ha escogido un peligroso camino.


Farid murió por un accidente que sufrió al atropellarle un coche, cuando estaba en un estado de trance producido por el marid que vivía en su corazón. Abdul, en cambio, no murió como Farid, ni mucho menos. Murió suicidándose porque pesaba sobre su conciencia el sentimiento de culpa, pesaba en todo su ser, el ser autor de dicho plan diabólico.


Este suceso ocurrió hace veinte años y aún me produce inquietud y un poco de miedo el mero hecho de recordarlo.


MOHAMED BAKKALI