MASA DURA Y QUESO QUEMADO
Otra vez, la pizza del jueves estaba asquerosa.
Se lo había dicho una y mil veces, que la hiciera de otra manera, que la masa estaba muy dura y el queso estaba quemado, pero seguía haciéndola igual de mal.
¿Por qué no me cambiaba de restaurante? Porque había de andar media hora para llegar al siguiente, y en el trabajo me dejaban una hora para comer.
¿Por qué no pedía otra cosa? Porque el menú del jueves era una pizza margarita y no me llegaba el sueldo para pedir la carta.
Yo creo que aquel repugnante cocinero lo hacía adrede. Me lo imaginaba en la cocina, cogiendo harina pasada de fecha, y poniendo la pizza cerca del fuego hasta que el queso se volvía negro.
El tomate estaba puesto de forma exagerada, y entre la masa y el queso había dos centímetros de tomate picado, con lo que era imposible morder sin mancharse. Además, los muy imbéciles te ponían una diminuta servilleta de papel, del tamaño de un clínex, y un cortapizzas tan afilado que rayaba el fondo el plato.
Un día, le pedí al cocinero que viniera a mi mesa. El hombre se me plantó delante y yo me levanté, aún con el cortapizzas en la mano y le expliqué lo que pensaba de su pizza.
Le di justo en medio de los ojos.
PABLO ORÚS