XII.
Os voy a contar una historia realmente cierta, tan cierta como que me llamo Sara García Ortiz.
Era una estudiante de medicina. Cuando terminé mis estudios en la Universidad de Salamanca, decidí marchar un tiempo a ejercer mi trabajo fuera de España; quería desconectar de todo, de la presión que ejercían aquellos ruidos de automóviles sobre mi cabeza. Además, sabía inglés, francés e italiano, así que no podía tener problemas de idiomas en el extranjero; al menos, eso creía.
No me gustaba planear, así que cogí un avión que ni siquiera sabía adónde iba; es más, no quería saberlo.
Llegué a mi destino, con dos maletas y mi bolso. Debo reconocer que la primera impresión del aeropuerto no fue precisamente buena, gente tirada en el suelo, pidiendo dinero, y no había ni siquiera carteles para indicar dónde estaban las cosas.
Salí al exterior y, la verdad, me vi sorprendida. Los coches no tenían matrículas, en los carteles de las tiendas donde debía poner su nombre correspondiente sólo había símbolos, símbolos comprensibles, pero ni una sola letra. Había gente e intenté percibir sus palabras, al menos lo entendía. De pronto, alcé la vista y vi un símbolo de una cama junto a un tenedor y una cuchara: sería un hotel, pensé. Acto seguido, abrí la puerta. Pedí una habitación, y un amable señor me indicó dónde estaba. No estaba mal. Había una cama, una mesa, una silla, un armario e incluso un balcón. Aún era de día, así que decidí salir a dar una vuelta para ver si tenía suerte y encontraba una biblioteca y un hospital, para pedir trabajo. Me llevé libros, pero al no encontrar mi mochila, me los llevé en la mano. Le pregunté al señor del hotel que dónde podía encontrar la biblioteca y el hospital. Él se me quedó mirando los libros, extrañado, como si nunca hubiera visto un libro. En efecto, ¡ese hombre jamás había visto un libro! Me preguntó qué eran, que de dónde los había sacado. Me quedé mirándolo con cara de extrañada y me fui. Seguí andando calle arriba. La gente me miraba como si yo fuese un bicho raro.
De pronto, observé un símbolo parecido a un libro. Entré. Era un lugar enorme, con sillas y mesas y con un montón de estanterías, parecía un biblioteca, pero vacía. Me percaté de la presencia de una señora que estaba en el fondo de la sala. Me acerqué y le pregunté que dónde estaban les libros. Sus palabras exactas fueron:
- Aquí no tenemos de eso, ¡lárgate!
Me di la vuelta y me marché.
Pasé días y días buscando un libro en esa extraña población, pero no pude encontrar ni una sola letra, ni una sola página, ni un solo volumen…
Hice las maletas para marchar de allí, era un sitio donde yo no encajaba. Cogí mis maletas y salí a la calle. Pero, por más que lo intentaba, no lograba encontrar un cartel donde pusiera: Aeropuerto. Así que no encontré el aeropuerto. Ni lo he encontrado aún. Estoy perdida en un mundo al que no pertenezco, en un mundo sin libros, sin letras.
Marta Lorente, 2º E.S.O.