XIII.
Mi nombre es Tania, y hace tan sólo unas horas he comprendido la importancia de los libros en la vida del ser humano. No me refiero a tenerle cariño, o a tratarlos bien, sino a la importante función que tiene en nuestra vida. Como acabo de decir, todo empezó hace unas horas, en mi última clase del día: la de física y química.
La malvada de mi profesora nos ha puesto un examen sorpresa; al acabar el odioso examen, me fui a casa. Durante el camino, me repetía una y otra vez que por qué tienen que existir los libros, que ojalá se quemaran todos y fuera un mundo sin libros. Eso es, un mundo sin libros, el sueño de todo estudiante.
Al llegar a casa tiré la mochila al suelo y me fui a comer, pero, al ver las coles sobre la mesa, se me quitaron las ganas, así que me fui a echarme un rato en el sofá. Mientras miraba la tele, me quedé dormida; entonces, sentí una sensación de estar en mundo… Era totalmente igual que el nuestro, pero más tarde descubrí que no era así: era totalmente diferente. En ese mundo me encontré a María, mi mejor amiga; en ese instante me acordé del libro que le dejé hacía varias semanas. Le pregunté que si tardaría mucho en devolvérmelo; ella, con una cara de no saber lo que le estaba diciendo, me dijo:
- ¿Libro…?, ¿qué ser?
Pensé que estaba bromeando, pero no; tras insistir varias veces por mi libro y recibir todo el rato la misma respuesta, me di cuenta de que realmente no sabía qué eran los libros; es más, allí, en ese mundo, los libros no existían y la gente, allí, era analfabeta.
Me alegré tanto que no tenía palabras: el sueño de todo estudiante hecho realidad. Sólo le encontré una pega: la lengua tan poco desarrollada que tenían, pero eso era lo de menos… me acabaría acostumbrando. En ese momento recordé que tenía que ir a la farmacia a por aspirinas. Les pedí las aspirinas y vi que allí los trabajadores no tenían el graduado, ni sabían qué era una aspirina, porque en vez de una aspirina me trajeron unas inyecciones con una aguja de tres dedos de largo; al ver tremenda confusión, me empecé a preocupar. Más tarde, me dirigí el hospital, donde debían quitarme la venda del tobillo; pasé a la consulta y en cuanto vi al doctor coger un hacha y decirme: “No mover tú”, huí de allí. Era un mundo horrible, espantoso. Nunca pensé que hubiera deseado tanto que los libros existieran; pero ese no era el problema, el problema era que quería salir de ese mundo y no podía, estaba atrapada.
De repente, me desperté en el sofá; me levanté y, para comprobar que no seguía soñando, fui hacia la habitación, abrí la mochila, y ahí estaban mis libros: mis queridos libros.
Miriam Cantarelo, 2º C